Categoría: Relatos

El Teatro de la Desesperación

—¿Dime, has visto ese circo que se está gestando allá abajo?

—¿De qué hablas, Uriel? Explícate mejor.

—Sí, ese jodido circo que ves allá abajo, Haniel. Tan solo mira, puedes ver de todo: payasos y mimos, también bufones y hasta arlequines del moribundo sistema. Tampoco podemos dejar afuera a los malabaristas, esos sí que saben hacer maromas para sobrevivir a esas duras calles. Desde estas nubes puedes ver todo el jodido acto en decadencia. Esta tragicomedia sin libreto es todo un espectáculo, Haniel.

—Háblame más de ese circo, Uriel. Dime, ¿qué es lo que te molesta tanto?

—Dime ¿no vez lo que sucede? Estos seres están colapsando, Haniel. Mira sus rostros: se muestran inexpresivos, y muchos de ellos son incapaces de mostrar algún destello de vida. Los puedes ver en supermercados, en el subterráneo, caminando por la Alameda o en una micro con dirección a la Estación Central. También puedes ver este fenómeno en Caracas o en Toronto. Supongo que esta pandemia invade todas las grandes ciudades. Muchos de estos seres se muestran maniatados por la aguja del reloj. Algunos de estos especímenes ya ni siquiera contestan los buenos días. La mayoría se han vuelto unos autómatas controlados por la suela de unos pocos. Los de expresión más desconsoladora suelen ir de traje y corbata, acompañados de un caro celular. Supongo que es la manera de disimular su odio propio por el camino que han escogido para ellos.

—Entiendo tu molestia, Uriel, pero es el camino del humano. Solo ellos pueden decidir su destino.

—Sí, pero no puedo dejar de estudiar esta pintura lúgubre en movimiento, Haniel. Los que se hacen llamar políticos son de la peor calaña, ¿sabes? Los muy cabrones se ganan la ilusión y el favor del pueblo a punta de falacias. Después de que están en lo más alto, los muy pobres se olvidan del marginado. Y cuando la ley del karma trata de resarcir un poco el daño, estos infelices utilizan un mal aún mayor. Se valen de unos seres deleznables que se hacen llamar abogados. Estos seres malolientes son ventrílocuos que saben manipular a conveniencia las leyes y el moribundo sistema.

—Dime, Uriel, ¿no crees que les queda mucho tiempo en esta civilización, cierto?

—¿Tú qué crees, Haniel? Mira aquel granuja, cómo tira su basura al mar. El plástico lo invade todo. Si supiera que el pescado que su mujer le va a servir en un par de noches viene putrefacto de esa porquería, y que sus hijos de seguro desarrollarán condiciones insanas para su crecimiento, quizás hasta aquí llegue su descendencia. Dime, ¿qué me dices de esos bufones que se hacen llamar policías? Son los principales promotores del crimen. Algunos de ellos son los arquitectos de la decadencia de la sociedad. Puedes ver desde ladrones hasta asesinos seriales con placa y uniforme. Dime tú, ¿de verdad crees que tengan algo de esperanza?

—No lo sé, Uriel. No es nuestro trabajo intervenir. Pero sí, ha de parecer que se acercan al rotundo colapso de su civilización actual. Sin embargo, debes recordar que la vida siempre encuentra la forma, y estoy seguro de que después de toda esta calamidad habrá algún rayo de esperanza para el planeta Tierra y los humanos.

—¿Pero a qué costo, Haniel? ¿A qué costo? Con el pasar del tiempo hemos visto cantidades de especies desaparecer, y la vasta naturaleza despedazada por la avaricia del hombre. Mira, Haniel, ahí va otro jodido intento de cura: va a bautizar a un pequeño infante. ¿Cómo puedes otorgar tal sacramento un ser tan corrompido por su indecencia? ¿Cómo alguien así puede limpiar pecados sin antes aceptar los suyos?

—Es verdad, Uriel. Te he de entender perfectamente. No soy ajeno a tu enojo y dolor. Pero también has de entender que el humano se ha vuelto su propio dios. Tanto así que ahora crea especies en laboratorios e intenta revivir otras que hace siglos ya no tocan esta Tierra. Modifica alimentos a su gusto y hasta busca la inmortalidad de su cuerpo, sin importar el costo. Solo ellos pueden escribir su destino.

—Tienes la razón, hermano. Pero es triste ver esta película sin aires de esperanza. Solo nos toca esperar que el amor, en algún momento, nuble sus corazones cuando esté más oscura la noche. Y los pocos que quizás queden, aprendan de los errores del pasado para poder reescribir su historia.

Eva

Eva tenía esa manía increíble de volver locos a todos los hombres con los que se topaba, sobre todo a mí. Supongo que todos tenemos nuestras manías, pero esa mujer era todo un caso.

Eva no tuvo el placer de volver loco a su padre, pues este la abandonó antes de que pudiera tan solo recordarlo, pero sí volvió prácticamente loco a su padrastro y también a su pobre hermano, quienes tuvieron que hacer más de una maroma y no escatimar en esfuerzos para ayudarla a que superara su adicción a la cocaína, a la cual se volvió adicta después de la pérdida de su madre por culpa de un maldito cáncer de esófago.

Eva estuvo un tiempo entre mis sábanas y, mientras pasaban los días, pude presenciar la forma y todos los detalles que envolvían su ser. Solía quejarse de su novio en mi presencia, y yo, sin conocerlo del todo, a veces le daba la razón en silencio. Supongo que, si los dos hemos habitado la misma piel, podríamos coincidir en algunos pensamientos con respecto a ella.

Eva decía cosas como:

“Kevin es incapaz de hacérmelo toda la noche, el muy capullo siempre tiene alguna excusa para deshacerse de mí después de hacer el amor tan solo un par de veces”.

Pero la verdad es que Eva era toda una insaciable en la cama. Yo también habría inventado alguna excusa después del cuarto polvo, pues esta no parecía cansarse con nada. Era tan orgullosa como única, incapaz de admitir errores o de hacer algo por otro sin antes obtener placer propio.

Tenía cierta obsesión con los gatos: ocho vivían con ella, y otros tantos venían a visitarla. Siempre había que sacar alguno de la habitación para poder tener intimidad, excepto a Saturno, un gato negro de ojos amarillos que simplemente se quedaba observando, silencioso y estoico.

Eva, en conversación, era tan delicada como una rosa. Articulaba sus palabras con la precisión de un aristócrata, lo que contrastaba con su residencia en la zona roja de la ciudad. Pero cuando se trataba de sexo, se transformaba. Gritaba vulgaridades que, de no ser por su intensidad, parecerían impensables saliendo de sus labios: “VIÓLAME, MALDITO” o “MALDITA SEAS, CÓMO AMO TU JODIDA VERGA”.

Eva, mujer, ¿cómo no describirte en blancos papiros? Recuerdo los viernes por la noche después del trabajo, cuando invitabas a un grupo peculiar de la oficina. Estaban Irene, que solo te hablaba borracha, y César, el tipo de las historias imposibles. Una vez dijo que se besó con una cantante famosa y su asistente, y todos lo miramos sin decir nada.

También tenías esa manía de besarte con tu novio mientras me mirabas. Yo, incómodo, miraba a Saturno, y él, con su mirada felina, parecía decirme: “AGUANTA, TÍO”. Y yo respondía: “SÍ, SATURNO, LO SÉ. YO FIRMÉ ESE CONTRATO DE SER EL SEGUNDO PLATO DE ESA FINA MESA”.

Eva también tenía esa costumbre de volverse psicoanalista después del sexo. Yo solía huir de sus preguntas con una ráfaga de besos. Llamadme inseguro, pero temía que, si descubría todo sobre mí, perdería el interés. Ella era sapiosexual, y yo me vestía de enigma para mantenerla interesada.

Una noche, después del sexo, me dijo:

—Tengo una hipótesis sobre ti, Bompart.

—Dime, Eva. ¿Qué será esa hipótesis que traes sobre mí, mujer?

—Esa manera en que evades mis preguntas… llámame loca, pero siento que solo te gusta hacerte el interesante. Quizás no tengas mucho que contar. Quizás eres solo un ser aburrido que juega a hacerse cautivador.

—¿Con que eso crees de mí, mujer? —respondí rascándome la cabeza.

—Dime que me equivoco, hombre. A tu favor debo decir que, si es verdad, haces muy bien tu papel. Eres un maestro.

—No sé qué quieres que te diga, mujer. Es tu jodida hipótesis.

—Respóndeme algo por esta vez, hombre. ¿Qué es eso que te gusta tanto de mí?

—¿Quieres que te diga qué me gusta de ti, mujer? Mejor deja que te diga qué es todo eso que me vuelve loco de ti.

—¡¿Acaso no es lo mismo?! —respondió seca y tajante.

—Tienes razón. Amo esos detalles tuyos que no encuentro en ninguna otra. Tus palabras articuladas, tu transformación al coger, tu mirada cuando besas a tu novio mientras me petrificas… eso me fascina.

—¿Y eso te molesta?

—Mujer, eso me encanta. Eres una heredera de Caín. Juegas con mi mente como ninguna otra. Cometes tus actos impíos sin remordimiento. Mueves tus fichas a tu antojo y eso me encanta.

Después de mis palabras, me diste un beso breve, mojado, eterno. Luego te levantaste desnuda, abriste la puerta al jardín y bailaste sin música. No recuerdo haber sentido tanta melodía en el aire. Bailabas entre azucenas, margaritas y tres gatos molestos que, como yo, solo querían un poco más de tu atención.

Eva, eras una pintura en movimiento. Así te quiero recordar: entre gatos y flores, bailando desnuda, irreverente, viva. Hoy has vuelto a las drogas, vendes tu cuerpo para pagarlas. No escuchas consejos, no aceptas ayuda. Tan única como solemne, has llegado a la línea que separa el hedonismo del suicidio, Eva.

Y aun así, maldita mujer, sigues bailando.

Viernes de vino, venenos y algunas venas abiertas

—Me estás haciendo muecas, mujer. Dime, ¿qué jodida mierda intentas ahora?

—Sacarte una sonrisa, idiota. Quita ya esa cara larga, ¿puedes hacerme ese gran favor?

—Casi lo logras, nena. Con ese puchero pareces un jodido ornitorrinco.

—¡Dime, idiota! ¿Los jodidos ornitorrincos muerden? Porque este está a punto de hacerlo

—Pues eres un jodido ornitorrinco muy sexy, la verdad, mujer. Creo que me dejaría morder un poco por ti, ¿sabes? Dime algo: ¿dónde te gustaría morderme tú a mí?

—Te vas a quedar con las ganas esta noche, idiota. ¿Acaso no viste cómo la puta de Valerie no te quitaba los ojos de encima en la taberna?

—No me di cuenta, mujer. Si lo hubiera notado, mínimo le guiñaba un ojo.

—La verdad es que es muy sexy, la muy puta. Dime, ¿ella te excita?

—Ahora que lo preguntas… un poco. La verdad es que sí, es muy ardiente. No puedo mentirme, mujer.

—Tiene un cuerpo muy atlético para toda esa mierda que se mete. Esa mujer no para de esnifar líneas de coca en el baño y de tragarse un par de pastillas al día. Debe tener algún pacto con el diablo.

—Todos necesitamos nuestras pastillas, mujer. Para sobrevivir al mal aliento de los jefes mientras nos asfixian con pendientes inútiles… Creo que deberías invitarla a pasar el rato con nosotros.

—Otra vez con tu idea de mierda del trío, ¿no es así? Has bebido mucho esta noche. Cada vez que bebes así, te viene esa jodida tontería a la mente. Lo veo en tu mirada.

—No es una tontería, nena.

—Claro que lo es. No aguantas ni cinco minutos en el jodido coito. Eres un hombre muy precoz… Imagínate con cuatro senos en una misma cama.

—Eso fue un golpe bajo, mujer. Incluso para ti. No hay nada malo con querer cumplir nuestras fantasías.

—Pues yo también tengo una. Con dos hombres. ¿Qué te parece si invitamos a Carlos de la oficina? ¿Eso te gustaría?

—¿Qué tiene el jodido Carlos que no tenga yo, mujer?

—Pues en la oficina ya han estado con él un par de mujeres, y dicen que es todo un semental insaciable. De esos que te besan todo el cuerpo antes de penetrarte, y cuando finalmente lo hace, sientes la verga hasta lo más profundo.

—Ese jodido enano de metro y medio ni de coña, mujer. Seguro son sus primas las que han regado ese rumor para hacerlo quedar bien.

—Es posible… pero si tú quieres a la puta de Valerie, yo quiero al jodido enano de Carlos con su verga insaciable.

—Pues eso no va a pasar, nena. Tendrás que conformarte con esta verga precoz.

—A mí me encanta tu verga precoz.

—Lo sé, mujer, lo sé. Esta verga precoz te hace gritar y gemir mucho.

—Son los mejores cinco minutos de mi día.

—Pensé que eran al menos diez minutos…

—¿Y por qué te estás cambiando justo frente a mí con esa sonrisa tan pícara? Sabes cómo me pone esa ropa interior de encaje.

—Pues te aguantas. Porque hoy nada de esto será tuyo.

—A ver, mujer… no tengo la culpa de producir esas miradas lascivas en tus jodidas amigas. Anda, ven… acércate un momento a tu hombre.

—No tengo ganas de acercarme a mi hombre ahora. Tal vez después de que pongas algo de música en ese viejo tocadiscos. Quizás ese disco de la alta sacerdotisa del soul que tanto nos gusta.

—Tus deseos son órdenes, mujer. Será algo de Nina Simone…

—Qué manera tienes de moverte, mujer. Tu silueta parece bendecida por el demonio mismo. Y esa boca, ahora bañada en alcohol, es la maldición que un ingenuo Dios dispuso para este pecador. Qué bendita maldición, la de vivir encadenado a tu ser, mujer.

—Me encanta cuando el champagne te vuelve todo un poeta, hombre. Prosigue… y puede que te deje probar estos labios.

—No sé si todo un poeta, nena… pero si estas palabras me dejan probar tus venerados labios, llámame Neruda.

—Tienes acceso a esta boca de momento. Pero dime, ¿te vas a conformar solo con eso?

—Yo quiero todo de ti, mujer. Que Dios solo pueda juzgarme en la ermita que habita en tu entrepierna, y que mis oraciones sean para venerar tu silueta.

—Te estás acercando, mi vida… pero no puedo mentirte. Me gusta mucho más cuando me hablas de manera tan sucia que logras mojarme totalmente. Así que evita por ahora lo políticamente correcto, y viólame con palabras por un rato.

—Eres una maldita manipuladora y lo sabes. Tu lengua viperina juega conmigo, y siempre caigo en tus jodidos juegos psicóticos.

—Lo sé. Pero si quieres probar este coño, entonces abusa con palabras de mí.

—Juegas conmigo, mujer, ¿no es así? Sabes que muero por estar dentro de ti. Pero antes de tan solo querer penetrarte con mi verga precoz, voy a tragarme tu coño entero con mi lengua y comerte hasta lo más oscuro.

—Dime más.

—¿Soy tu puto juguete, no es así?

—Sí lo eres… pero un puto juguete muy atractivo, la verdad.

—La cantidad de poder que tienes sobre mí, mujer, es realmente absurda.

—Sigo sin escuchar esas palabras soeces… las que solo puedan venir de una mente retorcida, sádica, llena de lujuria. Vamos… sé que puedes hacerlo mucho mejor, hombre.

—¿Con que quieres eso de mí, maldita mujer? ¿Quieres tal abuso de mi parte? ¿Quieres que suelte al depravado e infame Mr. Hyde mientras el amable Dr. Jekyll se va por un café?

—Realmente eres una depravada… y por eso me encantas. Esta noche terminará como tantas otras: tú jugando a este juego psicótico conmigo, teniendo todo el poder. Somos dos hedonistas, mujer. Así que deja que te masacre el coño mientras pienso en la jodida Valerie. Y deja que también alcance ese singular clímax que tanto nos caracteriza.

Carta abierta a Bukowski: Round por round

No puedo negar lo mucho que has contribuido a mi evolución como un infame escritor. Tampoco puedo negar las tardes en las que me salvaste de cruzar esa delgada línea entre el placer y el suicidio, con tu sarcasmo y tu crítica certera. Puedo decir con creces que eres mi favorito, incluso por encima de la genialidad de Cortázar —y eso ya es decir mucho. Aun así, son muchas las diferencias que nos separan, tantas que me hacen pensar que soy mejor que vos en este maldito arte al que intento entregarme, mi estimado Mr. Bukowski.

Escribiste un libro sobre lo que es ser un jodido cartero, y sorprendentemente no fue para nada aburrido. Pero yo sé lo que es estar verdaderamente en las calles. Conozco el peligro de cerca. He sido taxista en el tercer mundo. Si alguien tiene historias que contar, es un jodido taxista. Ni siquiera un astronauta puede sentir la adrenalina que experimenta un taxista: seguro que nunca te apuntaron con una calibre .40 entre las cejas. Nunca tuviste que manejar como un maniático, espiando el espejo retrovisor con un par de lacras sentadas en el asiento posterior. Dudo que alguna vez una prostituta se te haya sentado al lado, esnifando coca antes de sumergirse en alguna esquina oscura. Así que no, viejo: no podrías escribir las historias que salen de mi pluma cuando la musa me visita. Este round es para mí.

Nuestros padres… ambos fueron jodidos alcohólicos. Pero el mío siempre estuvo allí. Nunca faltó el alimento, ni un intento de buen consejo. Nunca me puso una mano encima. Sé que tu infancia fue distinta, más cruel. Sería una falacia decir que pasé por algo similar. Así que ese segundo round, con dignidad, te lo cedo a vos.

Ahora, el tercero… ambos hemos sido atrapados y seducidos por la magia de las mujeres. No solo escribimos relatos, sino jodidas novelas enteras adorando todo su ser. Podemos coincidir en que, si la mujer viene del Edén, es imposible que provenga de la infame costilla del hombre. Vos y yo podríamos llenar una Alejandría entera venerando y odiando a ese peculiar ser. Así que este tercer round también es un empate, viejo.

Nos hemos lanzado buenos golpes, mi estimado Bukowski. Y sé que podrías romperme la boca por tanto blasfemar a tu manera. Tenés una zurda pesada, viejo borracho, pero yo peleo con ambas manos. Recuerdo cuando defecaste sobre nuestro querido Ernesto. Fue fácil competir contra Hemingway: tu realidad era más visceral y cruda. Pero lo mismo pasa conmigo, Bukowski. El mundo en el que vivo es apocalíptico, siempre al borde de la jodida extinción. Terremotos destruyen ciudades enteras. El plástico ha devorado los mares. Y los progres, con su cultura woke, son una partida de imbéciles sin dos dedos de frente.

Su ideología de géneros es absurda y nefasta. Hay hombres que se ven y actúan como niñas de seis años. Niños que son mutilados con apenas cinco porque “se sienten mujeres”. ¿En serio pretenden que aceptemos toda esta jodida mierda?

Bukowski, el mundo que dejaste atrás era un parque infantil comparado con esta cloaca moderna. Más volátil, más absurdo, más transgresor y peligroso. Supongo que si vivieras en esta época podrías aguantar un jodido round más contra este infame escritor… pero, siendo sinceros, te haría añicos, viejo.

Gracias por tanto, y por nada.

Nos vemos donde la nada se vuelve todo y viceversa.

Espérame con un whisky de Tennessee a las rocas, viejo decrépito, que por los vientos que soplan sobre este efímero mundo… será muy pronto.

¡Dime, acaso el escuincle no cuenta!

En mis primeros años en el instituto fui considerado un erudito del álgebra. El estudio de la física se había vuelto para mí un simple paseo en el parque en un día soleado, y la química era más de lo mismo: bastante simplona para mi gusto. Si entendías el carbono y sus enlaces, entendías su universo. Dominé rápidamente cualquier ciencia que envolviera mis estudios, y mis notas hablaban por sí solas.

Mis padres alardeaban de manera descarada ante sus amistades del genio que habían concebido, y los profesores ya planeaban mi brillante futuro dentro de sus proyectos. Sin embargo, con el paso del tiempo, los números y símbolos comenzaron a hartarme de cierta manera. Me aburrían con facilidad. Su tibia sencillez no me desafiaba. No había ecuación compleja que no pudiera resolver con un poco de estudio e imaginación. Todo eso era la nada, a comparación de aquel complejo ser que eclipsaba mis pupilas.

Decenas de estos míticos seres se paseaban a su antojo a mi alrededor. No existía fórmula ni teorema capaz de explicar su impredecible comportamiento. Aquellos seres eran totalmente indescifrables, llenos de incógnitas y variables que escapaban a toda lógica. Para entender su mundo, recurrí a la única fuente inagotable de información que conocía en ese momento: la biblioteca central. Leí cientos de artículos y decenas de libros con la esperanza de aprender cómo acercarme, de saber qué decir. Pero nada funcionaba para mí.

Era un escuincle sin brillo. Un paliducho insignificante, de pocos gestos y gracia nula. Un animal inservible que, al intentar entablar conversación, era poseído por una tartamudez ridícula.

Entonces decidí dar un giro de 180 grados a mi vida.

Me volví un adicto a las pesas, a mejorar mi imagen. También me volví un adicto a las calles y sus placeres mundanos. Aprendí a apostar —porque uno tiene que aprender a ganar y a perder en el juego de la vida, igual que con las mujeres—. Frecuenté clubes nocturnos. Me obligué a crear situaciones de interacción con ese ser que abducía mis pensamientos. Y perdí. Claro que perdí muchas veces. Más de las que cualquiera podría aceptar. Pude haber abandonado, pero crecer bajo la complicada constelación de Escorpio te hace más terco que nadie. Así que lo supe, siempre lo supe: un día comenzaría a ganar. Y así sucedió.

Mi brillante futuro fue consumido por todos esos grandes cambios. Todos se decepcionaron de mí. Mis padres, en primer lugar. Luego mis profesores. Muchos no dijeron nada, pero en su mirada habitaba una visceral decepción.

¿Pero qué esperaban todos esos sapos anfibios de mí? ¿Acaso llegaron a creer que les resolvería el problema del calentamiento global? ¡Dime, a cuenta de qué! ¿Qué pensaban esos animales de masa encefálica atolondrada? ¿Que inventaría algún proceso que revertiría la contaminación de los mares, para que puedan seguir viviendo en su mundo de fantasía y colores?

¿Y qué hay con mi mundo? ¡Dime, qué hay con salvar mi jodido mundo!

¡Dime, acaso el escuincle no cuenta!

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Dos caras de una moneda

Dentro de algunos años, tal vez se puedan revertir las canas, y quizás también la vejez. Es posible que logremos detener el cambio climático, y que se inventen mecanismos ingeniosos capaces de limpiar nuestros putrefactos mares en tan solo segundos. El SIDA y el cáncer podrían convertirse en enfermedades del pasado, y la ciencia tal vez consiga revivir especies que hace siglos no tocan la tierra. Podrás ver una familia de mamuts pastando en Yellowstone y una manada de bucardos corriendo libres por el desierto de Texas. Tal vez vivas en la Antártida, rodeado de majestuosos glaciares, dentro de ciudades encapsuladas en esferas de cristal. Habrá una Atlántida en el fondo del océano Pacífico, pensada para quienes deseen descubrir los secretos que aún guarda el mar.

Podrás viajar de Caracas a Nueva York con apenas un chasquido de tus dedos, y Bolivia, por fin, tendrá su propia salida autónoma al mar. Quizás algunos países de Europa hayan desaparecido, y otros nuevos se hayan inventado. Después de todo, ya no habrá fronteras ni muros que nos dividan.

Es posible que algún erudito de la genética invente la vacuna contra el racismo, lo cual sería lo mismo que decir que ese genio encontró la cura para la estupidez humana. Y tal vez ya no sea necesario matar animales para alimentarnos, porque la carne será creada a partir de proteínas naturales, modificadas genéticamente para tener el sabor que elijas. Comer será tan sano como beber agua.

Sí, puede que el mundo sea un lugar más seguro para criar a nuestros hijos. Ser abogado o policía serán oficios del viejo mundo, meros mitos que nadie querrá recordar.

Quizás, en ese futuro, hayas perdonado todos mis errores, mujer. Y es posible que yo me haya convertido en el hombre que siempre soñaste tener a tu lado. Quizás, después de tantos años, aún seas tú quien me prepare el café por las mañanas, mientras el sol me da en la cara y tú eres silueta y hogar. Sí, mujer. Puede que el mañana sea mejor para nosotros dos.

«Quizás, en ese futuro, hayas perdonado todos mis errores, mujer. Y es posible que yo me haya convertido en el hombre que siempre soñaste tener a tu lado.»

Pero también está la otra cara de la moneda.

Puede que los días sean mucho más grises que ahora. Que surjan nuevas epidemias provocadas por el hambre insaciable de las farmacéuticas, para luego vendernos la cura. Puede que el caos y la muerte se multipliquen. Que la naturaleza siga muriendo, víctima de la avaricia humana, y que los pocos cúmulos de oxígeno limpio estén reservados solo para los más afortunados.

Tal vez el agua de mares y ríos esté tan envenenada que no quede especie alguna con vida. La lluvia será ácida, y no bastará un paraguas para protegernos de ella. Ya no habrá frutas ni vegetales, solo comida procesada, insípida y artificial.

Puede que ya no sea necesario intimar con una persona, porque el placer se inducirá mediante un chip en el cerebro. Tal vez la Luna desaparezca tras la colisión de un meteorito, y en su lugar floten cientos de fragmentos que eclipsen el firmamento. Los satélites caerán, y las comunicaciones digitales serán cosa del pasado. Los días serán más cortos, las noches, más oscuras. La incertidumbre y el miedo serán iguales para todos: blancos y negros, ricos y pobres.

Puede que estemos al borde de la extinción. Que tú me hayas olvidado entre tanto caos. Que hayas hecho tu vida lejos de mis besos, y que, en el fin del mundo, solo quieras ver otras pupilas, tan lejos del iris de lo que apenas queda de mí.

Sí, mujer. Puede que el mañana sea producto de nuestra propia estupidez.