Dentro de algunos años, tal vez se puedan revertir las canas, y quizás también la vejez. Es posible que logremos detener el cambio climático, y que se inventen mecanismos ingeniosos capaces de limpiar nuestros putrefactos mares en tan solo segundos. El SIDA y el cáncer podrían convertirse en enfermedades del pasado, y la ciencia tal vez consiga revivir especies que hace siglos no tocan la tierra. Podrás ver una familia de mamuts pastando en Yellowstone y una manada de bucardos corriendo libres por el desierto de Texas. Tal vez vivas en la Antártida, rodeado de majestuosos glaciares, dentro de ciudades encapsuladas en esferas de cristal. Habrá una Atlántida en el fondo del océano Pacífico, pensada para quienes deseen descubrir los secretos que aún guarda el mar.

Podrás viajar de Caracas a Nueva York con apenas un chasquido de tus dedos, y Bolivia, por fin, tendrá su propia salida autónoma al mar. Quizás algunos países de Europa hayan desaparecido, y otros nuevos se hayan inventado. Después de todo, ya no habrá fronteras ni muros que nos dividan.

Es posible que algún erudito de la genética invente la vacuna contra el racismo, lo cual sería lo mismo que decir que ese genio encontró la cura para la estupidez humana. Y tal vez ya no sea necesario matar animales para alimentarnos, porque la carne será creada a partir de proteínas naturales, modificadas genéticamente para tener el sabor que elijas. Comer será tan sano como beber agua.

Sí, puede que el mundo sea un lugar más seguro para criar a nuestros hijos. Ser abogado o policía serán oficios del viejo mundo, meros mitos que nadie querrá recordar.

Quizás, en ese futuro, hayas perdonado todos mis errores, mujer. Y es posible que yo me haya convertido en el hombre que siempre soñaste tener a tu lado. Quizás, después de tantos años, aún seas tú quien me prepare el café por las mañanas, mientras el sol me da en la cara y tú eres silueta y hogar. Sí, mujer. Puede que el mañana sea mejor para nosotros dos.

«Quizás, en ese futuro, hayas perdonado todos mis errores, mujer. Y es posible que yo me haya convertido en el hombre que siempre soñaste tener a tu lado.»

Pero también está la otra cara de la moneda.

Puede que los días sean mucho más grises que ahora. Que surjan nuevas epidemias provocadas por el hambre insaciable de las farmacéuticas, para luego vendernos la cura. Puede que el caos y la muerte se multipliquen. Que la naturaleza siga muriendo, víctima de la avaricia humana, y que los pocos cúmulos de oxígeno limpio estén reservados solo para los más afortunados.

Tal vez el agua de mares y ríos esté tan envenenada que no quede especie alguna con vida. La lluvia será ácida, y no bastará un paraguas para protegernos de ella. Ya no habrá frutas ni vegetales, solo comida procesada, insípida y artificial.

Puede que ya no sea necesario intimar con una persona, porque el placer se inducirá mediante un chip en el cerebro. Tal vez la Luna desaparezca tras la colisión de un meteorito, y en su lugar floten cientos de fragmentos que eclipsen el firmamento. Los satélites caerán, y las comunicaciones digitales serán cosa del pasado. Los días serán más cortos, las noches, más oscuras. La incertidumbre y el miedo serán iguales para todos: blancos y negros, ricos y pobres.

Puede que estemos al borde de la extinción. Que tú me hayas olvidado entre tanto caos. Que hayas hecho tu vida lejos de mis besos, y que, en el fin del mundo, solo quieras ver otras pupilas, tan lejos del iris de lo que apenas queda de mí.

Sí, mujer. Puede que el mañana sea producto de nuestra propia estupidez.