—¿Dime, has visto ese circo que se está gestando allá abajo?

—¿De qué hablas, Uriel? Explícate mejor.

—Sí, ese jodido circo que ves allá abajo, Haniel. Tan solo mira, puedes ver de todo: payasos y mimos, también bufones y hasta arlequines del moribundo sistema. Tampoco podemos dejar afuera a los malabaristas, esos sí que saben hacer maromas para sobrevivir a esas duras calles. Desde estas nubes puedes ver todo el jodido acto en decadencia. Esta tragicomedia sin libreto es todo un espectáculo, Haniel.

—Háblame más de ese circo, Uriel. Dime, ¿qué es lo que te molesta tanto?

—Dime ¿no vez lo que sucede? Estos seres están colapsando, Haniel. Mira sus rostros: se muestran inexpresivos, y muchos de ellos son incapaces de mostrar algún destello de vida. Los puedes ver en supermercados, en el subterráneo, caminando por la Alameda o en una micro con dirección a la Estación Central. También puedes ver este fenómeno en Caracas o en Toronto. Supongo que esta pandemia invade todas las grandes ciudades. Muchos de estos seres se muestran maniatados por la aguja del reloj. Algunos de estos especímenes ya ni siquiera contestan los buenos días. La mayoría se han vuelto unos autómatas controlados por la suela de unos pocos. Los de expresión más desconsoladora suelen ir de traje y corbata, acompañados de un caro celular. Supongo que es la manera de disimular su odio propio por el camino que han escogido para ellos.

—Entiendo tu molestia, Uriel, pero es el camino del humano. Solo ellos pueden decidir su destino.

—Sí, pero no puedo dejar de estudiar esta pintura lúgubre en movimiento, Haniel. Los que se hacen llamar políticos son de la peor calaña, ¿sabes? Los muy cabrones se ganan la ilusión y el favor del pueblo a punta de falacias. Después de que están en lo más alto, los muy pobres se olvidan del marginado. Y cuando la ley del karma trata de resarcir un poco el daño, estos infelices utilizan un mal aún mayor. Se valen de unos seres deleznables que se hacen llamar abogados. Estos seres malolientes son ventrílocuos que saben manipular a conveniencia las leyes y el moribundo sistema.

—Dime, Uriel, ¿no crees que les queda mucho tiempo en esta civilización, cierto?

—¿Tú qué crees, Haniel? Mira aquel granuja, cómo tira su basura al mar. El plástico lo invade todo. Si supiera que el pescado que su mujer le va a servir en un par de noches viene putrefacto de esa porquería, y que sus hijos de seguro desarrollarán condiciones insanas para su crecimiento, quizás hasta aquí llegue su descendencia. Dime, ¿qué me dices de esos bufones que se hacen llamar policías? Son los principales promotores del crimen. Algunos de ellos son los arquitectos de la decadencia de la sociedad. Puedes ver desde ladrones hasta asesinos seriales con placa y uniforme. Dime tú, ¿de verdad crees que tengan algo de esperanza?

—No lo sé, Uriel. No es nuestro trabajo intervenir. Pero sí, ha de parecer que se acercan al rotundo colapso de su civilización actual. Sin embargo, debes recordar que la vida siempre encuentra la forma, y estoy seguro de que después de toda esta calamidad habrá algún rayo de esperanza para el planeta Tierra y los humanos.

—¿Pero a qué costo, Haniel? ¿A qué costo? Con el pasar del tiempo hemos visto cantidades de especies desaparecer, y la vasta naturaleza despedazada por la avaricia del hombre. Mira, Haniel, ahí va otro jodido intento de cura: va a bautizar a un pequeño infante. ¿Cómo puedes otorgar tal sacramento un ser tan corrompido por su indecencia? ¿Cómo alguien así puede limpiar pecados sin antes aceptar los suyos?

—Es verdad, Uriel. Te he de entender perfectamente. No soy ajeno a tu enojo y dolor. Pero también has de entender que el humano se ha vuelto su propio dios. Tanto así que ahora crea especies en laboratorios e intenta revivir otras que hace siglos ya no tocan esta Tierra. Modifica alimentos a su gusto y hasta busca la inmortalidad de su cuerpo, sin importar el costo. Solo ellos pueden escribir su destino.

—Tienes la razón, hermano. Pero es triste ver esta película sin aires de esperanza. Solo nos toca esperar que el amor, en algún momento, nuble sus corazones cuando esté más oscura la noche. Y los pocos que quizás queden, aprendan de los errores del pasado para poder reescribir su historia.